“Yo
¡por Dios! merezco la grandeza” es una frase que eterniza Wallada bint
al-Mustakfi, poeta y princesa Al andalus (actual Córdoba), nacida en el año 994
en el seno de la familia del undécimo califa Muhámmad III y Amin’an, una
esclava cristiana. Desde pequeña mostró interés por el aprendizaje y pasión por
las letras, es uno de los pocos casos de poetisa en un contexto cultural
dominado por los hombres. Su educación fue amplia a pesar de las intrigas del
palacio y apoyada por su posición social. Su padre muere cuando ella cumple los
17 años, sin descendencia masculina es Wallada quien hereda y sale de la
realeza, el status de su madre determina esta situación. Entonces se mantiene soltera
e independiente de toda tutela masculina, dicha forma de vida le trajo duras
críticas ya que en ese momento histórico no era bien visto que una mujer se
relacionara con hombres que no fueran de su círculo familiar, normas culturales
establecidas a las que se suma el control del esposo, vivir de otra forma era
un agravio a la virtud.
Con el dinero de la herencia compra un
Palacio y monta un salón literario en el cual se hacen tertulias, se conversa
de letras y poesía, ofrece instrucción a las hijas de familia e incluso a las
hijas de esclavas, muestra un continuo apoyo a la mujer, a pesar de las críticas.
En dicho espacio literario acuden importantes intelectuales de la época con
ellos debatía con total libertad, seguro por eso su fama de mujer culta y sabia,
pero ante ciertos sectores fue escandalosa su conducta.
Pero volvamos a la frase con la cual
comencé a hablarles sobre ella: “Yo ¡por Dios! merezco la grandeza” es parte de
uno de sus poemas de resentimiento en contra de un amante escritor que le es
infiel con una esclava, y del cual escribe entorno al amor que sentía, pero
también sobre el desamor y el despecho, esta tremenda frase es una orgullosa
reacción ante el hombre que la engaña. Sobre él, cuenta la leyenda que buscó
por años el perdón de Wallada sin lograr acercarse nuevamente a ella. Sin
embargo, esta frase también se ajusta a las razones por las cuales fue digna de
grandeza, a pesar de ser hija de una esclava, a pesar de ser soltera, a pesar
de romper en cada tramo del camino el molde establecido y aplicar ideas revolucionarias,
por estas y más razones alcanzó la grandeza. La mayor parte de su obra es inédita, en las fuentes
árabes sólo se conservan ocho poemas cortos, que son claramente sátiras en
torno al amor, el desamor y lo que sigue, que debe ser el odio. Los últimos años
de su vida vivió bajo la protección del poeta Ibn Hazm, su eterno enamorado
quien la cuidó hasta el final. Fallece con más de 80 años el 26 de marzo, la poetisa
que bordaba en la ropa que vestía sus propios versos:
Yo ¡Por Dios! merezco la grandeza
Y sigo orgullosa mi camino.[1]
Muere el mismo día de la caída de Córdoba en manos
de los almorávides, linaje contrario al de su padre. En el año 2000 fue publicada por primera vez su biografía llamada La última luna.