Del
nuevo siglo ya llevamos recorrido casi veintiún años, dejamos atrás el envío de
cartas, telegramas, giros en el servicio postal, la comunicación cambio. Siendo
aún joven el siglo se vio encantado por las relaciones a través de las redes
sociales, los memes, los videos, lo que ofertan las plataformas para ver
series, películas, además de una enorme cantidad de documentales, todo eso nos
recuerda una y otra vez que ahora todo lo visual predomina, se deja de lado la
escritura, la lectura parece obsoleta, todo el ritual que representaba tomar un
libro colocarle un separador conforme lo ibas conociendo, subrayar una frase
que sobrepasa el sentimiento del autor y te emocionaba, no es ya una práctica
común.
Sin embargo, el trabajo de Svetlana Aleksiévich
tiene una forma de narrativa que conserva las practicas del siglo pasado, la
conversación, la investigación, el análisis de los hechos, la búsqueda de los
protagonistas. No es la única escritora que emplea esta forma de hacer
literatura, eso esta claro, pero si es una mujer que ha sobrellevado la censura
de su obra que incomodó la reputación del socialismo en la URSS, ahora Rusia,
país agobiado por varias guerras.
Esta introducción sobre algunos visibles cambios
en el siglo son el primer acercamiento a la creadora que nace en el siglo XIX,
cuyas vivencias desde muy pequeña están relacionadas con la guerra, entre los juegos,
los libros en las bibliotecas y las anécdotas de su abuela conoció lo que portaba
la guerra: muerte. Ese primer acercamiento marcó su trabajo, ejemplo de una
literatura que mira de cerca al ser humano, busca por medio de la charla
desentrañar los hechos que le inquietan y los lleva a un análisis más allá del
acontecimiento, pues presenta personajes con sentimientos y vivencias adornados
por un tratamiento narrativo que transforma el lenguaje en un espacio empático,
filosófico, dispuesto a explicar la desolación con toda la finalidad de no
dejarlos en el silencio de las casas, asilos o granjas; su trabajo escarba lo
enterrado, le da forma para que se entienda su razón sin ser olvidado.
Svetlana nace en Bielorrusia el 31 de mayo
de 1948, hija de profesores rurales, desde pequeña su refugio fueron los
libros. Al crecer estudió periodismo en la Universidad de Minsk, Ucrania, donde
tuvo una muy activa participación con diversas publicaciones que van desde
poesía hasta cuento, pero lo que ella buscaba estaba muy adentro de su patria,
así es como inicia su recorrido por la unión soviética.
Seguramente su estilo es una de las
razones por las cuales fue ganadora del premio nobel otorgado en 2015, ya que cada
uno de sus libros retrata los dramas a su alrededor, comenzaré mencionando su
libro más conocido Voces de Chernóbil publicado en 1997, del cual se
basó la exitosa mini serie “Chernobyl” producida por HBO.
Su trabajo como escritora se conoce como
periodismo literario, donde se combina la investigación de un suceso histórico
con las técnicas narrativas. En dicho estilo la escritora es especialista. Menciono
otro sobresaliente trabajo que nace de su contacto con los repatriados de Afganistán,
los que vuelven de la guerra, sin dejarla atrás, con ellos se sienta, escucha sus
experiencias y nace el libro, Los muchachos de zinc, voces soviéticas de la
guerra de Afganistán, publicado en 1989. En una parte de este libro Svetlana
confiesa: “Yo rastreo el sentimiento, no el suceso. Cómo se desarrollan
nuestros sentimientos, no los hechos. Probablemente lo que yo estoy haciendo se
parece a la labor de un historiador, soy una historiadora de lo etéreo […] Eso
es a lo que yo me dedico desesperadamente (libro tras libro): a disminuir la
historia hasta que toma una dimensión humana.”[1]
Acá se reúnen los sobrevivientes olvidados
por el estado, madres, esposas, veteranos incapacitados, con sus argumentos da
forma a un libro repleto de aflicción, donde la soledad, la pérdida y la
enfermedad son el centro de las vidas de aquellos seres a quienes la autora rescata
del olvido diciendo:
En
los últimos años ha desaparecido del mapa del mundo, de la Historia, el imperio
comunista que los envió allí para matar y para morir. Ya no existe. Primero a
la guerra la empezaron a llamar tímidamente “error político” y luego la
llamaron “crimen”. Ahora todos quieren olvidar Afganistán. Olvidar a estas
madres, olvidar a los muchachos… El olvido es una forma de mentira. Las madres
se han quedado solas frente a las tumbas de sus hijos. Ni siquiera cuentan con
el consuelo de que la muerte de sus hijos no fue inútil.[2]
Otro determinante trabajo, a partir del
recorrido por su nación es un acercamiento a las mujeres que participaron en la
segunda guerra mundial, La guerra no tiene rostro de mujer cuya
publicación sale a la luz en 1985, cuarenta años después de concluida la
contienda; la escritora atiende en este libro las palabras de las
sobrevivientes: instructoras sanitarias, francotiradoras, tiradoras de
ametralladora, comandantas de cañón antiaéreo, zapadoras, enfermeras,
conductoras, técnicas sanitarias, etc., nos deja conocer su voz, su reclamo, su
anécdota que no tenía como prioridad ganar, sino liberar esa postura
testimonial que vio como la humanidad se perdía en cada ataque y con cada
muerte, al describir como las ganas de vivir se quedaron entre los ladrillos
rotos llenos de hollín, esas voces, cuya reacción ante la oportunidad de seguir
con vida, las cubrió con la indiferencia.
Comienza su investigación con un enorme
trabajo periodístico de interrogatorios, revisión y búsqueda en granjas, asilos
y casas solitarias, encuentra a las sobrevivientes que participaron en dicho
evento. Lo más visible es la determinación por lograr que se escuchen los
testimonios de las mujeres, por ello comenta: “Todo lo que sabemos de la
guerra, lo sabemos por la «voz masculina». Todos somos prisioneros de las percepciones
y sensaciones «masculinas». De las palabras «masculinas». Las mujeres mientras
tanto guardan silencio.”[3]
La polifónica recopilación que logra la
escritora es una suma que pocas veces se logró reunir, son ellas y nada más
ellas las que relatan la nausea que provoca ver un naufragio de cuerpos sin
vida, son quienes al conocerla sintieron la necesidad de ya no guardar silencio,
liberando así, entre llantos, plegarias y nostalgia todo aquello que el mundo
debería entender. La escritora escuchó las anécdotas, fue tejiendo la reflexión
y el pesar que permanecía dormido pero que ahora conocemos, esa experiencia de la
mujer en la guerra, que para algunas comenzó con el entrenamiento, para otras
con las incursiones donde veían caer a sus iguales, y en algunas más todavía se
resguarda en sus casas, en su ser.
La guerra no tiene rostro de mujer, eso
es concluyente, ante tal afirmación el libro es un ejemplo del tipo de divulgación
que necesita madurarse con tiempo al comenzar la exploración exhaustiva, luego las
charlas, atención conectada a lo que se expresa, sintiendo de cerca la
vibración y la agonía que produce cada recuerdo. Su propuesta narrativa no podría
construirse con el tipo de comunicación que se ha instalado en este siglo, es
un estilo madurado por su formación y gusto particular de escribir, así que
busca su trabajo, escucha en él la voz femenina que oculta estuvo, o esta, o a
diario se va liberando gracias a quienes la desentrañan, en este grandioso
ejemplo es Svetlana quien demanda por medio de sus libros el reconocimiento de
esa parte herida de su nación, pese a la censura que un Estado socialista
ejerció.
[1] Alekciévich, Svetlana, Los muchachos de zinc, voces soviéticas de la guerra de Afganistán, Barcelona, Debate, 2016, pág. 29.
[2] Ibíd, pag. 309.
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