jueves, 21 de octubre de 2021

Arundhati Roy

 


Esta semana se llevó a cabo la celebración del día de la escritora, el evento busca reconocer el trabajo de las mujeres en el espacio literario, sus inventivas para mantenerse en un ámbito casi del todo masculino, desde usar seudónimos hasta pagar sus publicaciones y llevarlas al mercado pese a lo que se pueda opinar. Fue en 2016 cuando dos asociaciones españolas la Federación Española de Mujeres Directivas, Ejecutivas, Profesionales y Empresarias (FEDEPE) y la Asociación Clásicas y Modernas, dan inicio al festejo. Importante es señalar que no es una fecha fija, el evento ocurre el lunes posterior a la festividad de Teresa de Jesús, siendo este el 15 de octubre. Entonces este año fue el lunes 18 de octubre.

      Motivo suficiente para presentarles a una escritora india llamada Suzanna Arundhati Roy, nacida en Shillong, en el estado de Meghalaya un 24 de noviembre de 1961, el éxito literario de dicha autora fue de la mano de su primera novela El dios de las pequeñas cosas, exitoso trabajo convertido en best seller mundial cuya traducción se hizo a 21 idiomas y obtuvo el Premio Booker de 1998. Aunque la situación en su país no fue de bienvenida, por su marcada denuncia a ciertos aspectos sexuales que forman parte de las tradiciones. Nunca ha dejado de escribir, sin embargo, está mucho más activa en el terreno político con ensayo social denunciando el nacionalismo extremo, y aquí su apoyo al movimiento separatista de Cachemira; el capitalismo salvaje que la llevó a oponerse a la construcción de la presa en Narmada donde se pretendía desplazar a medio millón de personas sin ninguna retribución, otros temas que aborda en sus ensayos son el integrismo religioso, la corrupción institucionalizada y también expone la guerra continua de E.U que se denomina sociedad pacifista pero que puede atacar a cualquier país, como en el caso de la guerra de Afganistán y muchos otros males que atentan contra la sociedad determinan para ella que la literatura es un asunto de política.

    Claro, se entiende la relación que menciona Arundhati, la literatura es un acto político, sino las mujeres no buscarían de diversas formas el reconocimiento y apertura para su trabajo, ella misma aclara: “la realidad nunca puede dejar de ser política. Hubo un tiempo en que el escritor era sustancialmente un ser político, pero ahora hemos sido reducidos a creadores de entretenimiento, de best sellers, que viajan por el mundo de feria en feria. A muchos escritores actuales les asusta tener posicionamientos. Pero es algo inevitable, y más hoy en día.”[1]

     Esta es una opinión que la escritora dio durante una entrevista el año pasado, tan oportuna por la situación de estrellato que muchos escritores mantienen, como si la habilidad de escribir se pudiera comparar con las formas de proceder de los rockstar, colocándolos en un inalcanzable status, lejos de los temas importantes de abordar y apostando por los mejor recibidos en cuanto a ventas, por el morbo que generan en una sociedad familiarizada con asesinos seriales o con relaciones tóxicas de dependencia en donde el amor se interpreta de forma lamentable. El punto importante de aclarar es que la literatura no debería ser para engrandecer a los creadores, lo que si es por derecho propio sin duda, una tribuna para exponer las muchas circunstancias que se oponen a nuestro muy soberbio raciocinio.

    Después de su primera novela ocupa la mayor parte de su tiempo en la defensa de causas sociales, ganando en 2004 el Premio Sídney de la Paz, otorgado por la Universidad de Sídney por su trabajo en campañas sociales y su apoyo al pacifismo. Sobre complejos temas publica El final de la imaginación de 1998; Retórica bélica en el 2005; Espectros del capitalismo disponible en 2015 y posterior a ellos consolidó sus ensayos en un libro llamado Mi corazón sedicioso donde presenta un compendio de temas. Sobre este trabajo comenta:

Mi no ficción es a menudo un argumento, una intervención urgente. Y la ficción es como construir un mundo entero a través del cual invito a mis seres queridos y a mis lectores a caminar. Ambas son maneras de contar una historia, pero cada historia tiene su manera de ser contada, algunas desde el interior y otras desde fuera. Aunque opino que solo la novela puede darte la comprensión radical del montón de cosas que se combinan para crear una sociedad. Por su parte, el ensayo debe abordarlas de una en una y ser como un latigazo, seco, hiriente.[2]

     En 2017 publica El ministerio de la felicidad suprema y vuelve a presentar su prodigiosa ficción donde se entrelazan nuevamente hechos reales y la forma poética de aligerar el quebranto de una sociedad como la de su país, que la autora reconoce y expone.[3] 

     Así que la recomendación esta vez es acercarnos a su escritura, no tan difundida, revisar sus luchas, los temas a los que atiende, convencida de que alguien debe decirlo, sobre todo porque va a la raíz de las problemáticas, de ninguna manera es hablar de complejos acontecimientos y concluir con una obvia frase, Arundhati mantiene en su aportación literaria una constante reiteración de la ética del cuidado, de la paz y el respeto, lo cual nos lleva a una comprensión mayor  de los sucesos, sin pensar siquiera en un género, no es hablar de feminismo y entender con ello que se debe derrocar a los hombres en el poder, lo que sí es tiene que ver con dar a los hombres y mujeres mayor información de como los sistemas se determinan de manera corrupta e injusta y con ello tener elementos para sanar juntos la democracia y generar mejores formas de relacionarnos.






[1] Andrés Seoane, Arundhati Roy: “Somos esclavos. Solo quien viva engañado puede pensar lo contrario”, (19 octubre 2021), Seminario Universidad, 14 julio, 2020, https://semanariouniversidad.com/suplementos/arundhati-roy-somos-esclavos-solo-quien-viva-enganado-puede-pensar-lo-contrario/

[2] Ibídem.


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