Emily Elizabeth Dickinson es una poetisa norteamericana que
nace un 10 de diciembre de 1830 en el norte de Massachusetts, una de las
primeras colonias europeas, por lo tanto su formación estuvo marcada por el
puritanismo, más aún siendo su padre pastor y defensor de las más cuadradas
ideas calvinistas del siglo XIX.
Esa presión
social ejerce sobre ella una conducta determinante que la aleja del medio
social y hace que la metáfora en torno a la muerte se transforme en la temática
más recurrente en su obra, único medio por el cual cree que se presenta la paz. Sin duda
se trata de una poetisa que muestra rasgos innovadores, el tono que
la caracteriza es melancólico, ya que interpreta de forma constante el tedio
existencial, la soledad, la lejana libertad que la separa del agobio familiar y
social.
A pesar de lo que
opina David Shapiro[1]
en su libro Estilos neuróticos donde
describe como los impulsos, la personalidad y el entorno de un artista influyen
en el desarrollo de un estilo, donde la transformación de ese persistente
modo de crear es una defensa ante el colérico mundo; con respecto a los
procesos mentales de Emily, Shapiro la ubica en el estilo paraniode, porque su
atención esta centrada en lo próximo, lo interno.
Lo cierto es que
ella no pretendía la fama que por lo regular anhela el escritor, ella buscó en
ese ambiente doméstico creado para la mujer, el espacio idóneo para el
desarrollo de su temperamento artístico que no era bien visto en las
féminas, tal vez por ello logra una
iluminada presencia en la literatura.
Para Harold Bloom[2] la
extrañeza de Dickinson es un rasgo común en los grandes poetas visionarios como
Blake y Milton, porque en su poesía esta presente la búsqueda interior, el
constante “yo”, también es posible el reconocimiento de ciertos elementos
lingüísticos, por el uso de palabras como encantado y sagrado[3], así
como el frecuente uso del pronombre ellos, que para algunos autores es
característica fundamental de su paranoia. Lo cierto es que ella es de
enorme influencia en la poesía moderna norteamericana femenina, pues transgrede
el esquema patriarcal del pensamiento lírico de esa época y pone ante nuestros
sentidos ese laberinto interno que muchos
años después nos presenta en la narrativa kafkiana. Su obra es el refugio desde el cual desobedece a su realidad, además, se reconoce un papel fundamental y único en la poética por su misteriosa y visionaria manera en la cual empleo el lenguaje.
Abrumada por los
límites que se le imponen en ese ambiente social represor que la
rodeo, se refugia en si misma, decide vivir los últimos años en su habitación,
no hay una causa única de su aislamiento creciente, se fueron sumando los
motivos para que Emily Dickinson cerrara la puerta para resguardarse en brazos
de ella misma, arropada por el silencio. Los últimos tres
años de su vida no abandona su habitación, permanece rendida en una silla
después de la muerte de su sobrino menor. Emily Dickinson parte de este mundo
aquejada por el mal de Bright el 15 de mayo de 1886, En vida solo publico seis de sus trabajos, cuando el total de su obra rebasa las mil setecientas composiciones
poéticas, les agrado una de las más introspectivas.
No es necesario
ser una estancia para estar encantado,
no hay que ser
una casa
el cerebro tiene corredores que sobrepasan
el espacio material.
Es mucho mas
seguro para un encuentro a media noche,
el fantasma
exterior
que su interior enfrentándose
al más frío huésped.
Es mucho más
seguro correr por una abadía
persiguiendo las losas
que, desarmado
encontrarse con uno mismo
en un lugar deshabitado.
Uno, escondido
tras de sí,
debiera
asustarnos mucho más.
El asesino en nuestra cas oculto
daría menos terror.
El cuerpo toma un revolver,
emperna la puerta
olvidando un
espectro más aterrador
y más cercano.[1]
[2]
Harold Bloom, El canon occidental,
Barcelona, Anagrama, 2002.
[3] Antonio Fernández Ferrer, La poesía visionaria de Emily Dickinson: La
fascinación de su corpus poético, http://www.ugr.es/~afferrer/fascinac.pdf.
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