viernes, 31 de diciembre de 2021

Flannery O’connor

 


Escritora estadounidense nacida el 25 de marzo de 1925 en Savannah, Georgia, uno de los nueve estados pertenecientes al cinturón bíblico que nos permite conocer la realidad sociocultural racista y religiosa en la cual surge su trabajo literario, este ambiente de protestantes reformistas centrados en desentrañar el significado de los relatos de la biblia para obtener la guía de su Dios atraen la visión de la escritora, influenciada por el catolicismo, expone los excesos del entusiasmo religioso, ella comentó que su ficción se basa en el dogma.

     Se graduó en Estudios Sociales en el Georgia State College for Women, estudios que le permiten ampliar su visión sobre su contexto; de 1945 a 1947 fue alumna del Iowa Writers’ Workshop donde tuvo maestros como Paul Engle y Robert Penn Warren, durante esos años descubre y desarrolla su vocación literaria, por ello deja sus estudios de Periodismo y comienza a estudiar artes creativas (Fine Arts) es en ese momento cuando comienza a publicar. El Geranio es el primero de sus cuentos, mismo que muestra una narrativa invadida de realidad persistente:

Llevaba allí una semana cuando el negro se mudó. Ese jueves, cuando se asomó a la puerta para mirar por los corredores largos como pistas para pasear perros, vio al negro entrar en el apartamento de al lado. Llevaba un traje gris mil rayas, y una corbata color habano. El cuello duro y blanco le dibujaba una línea bien definida en la piel. Los zapatos relucientes también eran color habano a juego con la corbata y la piel. El viejo Dudley se rascó la cabeza. No sabía que la gente que vivía apretada en un edificio pudiera pagarse un sirviente. Rió entre dientes. Para lo que les iba a servir un negro endomingado. A lo mejor este negro conocía el campo de los alrededores... o a lo mejor sabía cómo se llegaba al campo. En una de esas podían ir de caza. Podían buscar un arroyo en alguna parte. Cerró la puerta y fue al cuarto de la hija.

—¡Oye! —le gritó—, los d'aquí al lao tienen un negro. Será pa que limpie. ¿Tú crees que lo van a hacer venir to los días? Sin dejar de hacer la cama, su hija levantó la cabeza y le preguntó: —¿Se puede saber de qué me estás hablando? —Digo que los d'aquí al lao tienen un criado, un negro, va to endomingao.[1]

     Como escritora forma parte del “Renacimiento del sur” de las letras estadounidenses, nombrado así al movimiento que surge a partir de los años 30 del siglo XX, cuyas representantes más destacadas son: Eudora Welty, Ellen Glasgow, Katherine Anne Porter y Shirley Ann Grau. Su obra mantiene dos elementos de forma constante: su identidad como sureña y la formación católica, pero esta influencia religiosa no le cegaba de ninguna manera, por el contrario, su conocimiento de los preceptos le permiten cuestionar la moralidad de un entorno viciado por la diferencia de clases en el sur de Estados Unidos, cuya dolorosa historia está manchada de sangre y dolor de los afroamericanos.

     Escribe a lo largo de su corta vida dos novelas, Sangre sabia de 1952 y Los violentos lo arrebatan de 1960, además de dos antologías de cuentos, una de ellas Un hombre bueno es difícil de encontrar publicada en 1955 y la otra fue una obra póstuma, Todo lo que asciende tiene que converger editada en 1965. Todo su trabajo literario presenta el lenguaje propio de los estados del sur, con acento, sin ser un dialecto pero que deja en claro el estatus de los personajes, por ejemplo, en su brillante cuento Un hombre bueno es difícil de encontrar un ejemplo en la voz de la abuela al decir: “—En mis tiempos —dijo la abuela entrecruzando los dedos, delgados y venosos—, los niños tenían más respeto por su estado natal y por sus padres y por to lo demás. La gente era buena entonces. ¡Oh, mirar qué negrito más mono! —Y señaló a un niño negro plantado ante la puerta de una choza—. Qué estampa más bonita, ¿verdá?”[2]

     O’connor mira al hombre en tres aspectos: el hombre que reconoce lo espiritual en sí, el hombre que ve a un creador lejano a él y el hombre moderno que no cree en nada, pero busca de forma insaciable encontrar ese ser divino, en su trabajo literario representa estos tipos de personajes y asegura que el escritor “Siempre debe ser fiel a su labor y reflejar lo que ve y escribir por el bien de lo que está viendo”[3] Para ello destacan los tres modos de visión que emplea: el alegórico que desarrolla conceptos espirituales, el tropológico para el nivel moral y el anagógico que mantiene una finalidad, tal cual sucede con las sagradas escrituras. Todos sus cuentos van de una anécdota cotidiana a una exposición de personalidades antagonistas, grotescas, siempre abordando temas existenciales, en la esfera de sus realidades que no les permiten ver más allá, otro rasgo persistente es el uso del sarcasmo para plantear las situaciones más inesperadas y asombrosas en el desenlace de sus personajes.

      Fallece el 3 de agosto de 1964 por causa de un persistente problema de lupus a los 39 años. De manera póstuma se reúnen sus obras en una edición y es merecedora del “Premio Nacional de Libros de Ficción de Estados Unidos” en 1972, obtenido por la profunda revisión social que plantea al poner en tela de juicio las arraigadas costumbres de toda una región.



[3] Flannery O’connor, Mystery and Manners, 178.


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